lunes, 6 de diciembre de 2010

tumbas secretas y perdidas



Siempre fue fascinante, para todas las culturas, el honor de sus grandes emperadores o figuras, luego de su muerte,
Los ritos funerarios, comenzaron en la prehistoria, tienen un significado claramente religioso, ya que son, en primer lugar, una respuesta elaborada a la constatación del hecho de la muerte -una reflexión trascendente- y una exaltación de la memoria de los muertos.
El culto a los muertos de las comunidades humanas primitivas implica la presencia de la conciencia de la muerte, probablemente la creencia en los espíritus de los muertos y en una comunidad de difuntos, y casi con toda seguridad, una concepción de la muerte como una prolongación de la vida con unas necesidades más o menos similares a ésta. En  el yacimiento de Sungir, cerca de Vladimikov, en Bielorrusia, bajo una gran losa de piedra sobre la que se había colocado un cráneo de mujer apareció el cadáver de un hombre de unos cincuenta años que había sido depositado, en el momento de su enterramiento, sobre un lecho de brasas incandescentes; veinte brazaletes hechos con colmillos de mamut cubrían sus brazos y sobre su pecho se había colocado un collar de dientes de zorro y un colgante de piedra.
entre otros lugares, se conoce que en esa epoca, en el megalìtico, ya habia lugares especificos donde enterraban a personas, uno de esos lugares es stonehenge,  esta situado en Inglaterra,
stonehenge


 Estos rituales fueron cambiando através del tiempo o la cultura, o la civilización, cada civilización tenia su rito funerario,
Los funerales que actualmente conocemos y practicamos usualmente en la
sociedad occidental. Inicialmente, se enterraba a los muertos cerca de las casas y los cementerios aparecen en las ciudades sólo hasta el siglo XVII. En la Edad Media, a los muertos se los dejaba con la cara destapada y en esa época, todos, salvo los nobles
y los Padres de la Iglesia, eran enterrados en fosas comunes que permanecían abiertas para depositar otros cuerpos. Posteriormente, aparecieron ritos populares en los que se elaboraban máscaras del recientemente muerto para exhibirlas en la casa o en
la iglesia en donde se llevaba a cabo la velación. Con estas costumbres se perciben intentos de preservar la identidad de los que mueren, pero sólo hasta el siglo XX se remarca el nombre del muerto y toma fuerza la idea de señalar la identidad del que
vivió.
En cambio en la antigüedad esto era totalmente distinto,
En todas las sociedades se prepara el cadáver antes de colocarlo definitivamente en el féretro. Los primeros entierros de los que se tienen evidencias son de grupos de Homo sapiens. Los restos arqueológicos indican que ya el hombre de Neandertal pintaba a sus muertos con ocre rojo. Las prácticas de lavar el cuerpo, vestirlo con ropas especiales y adornarlo con objetos religiosos o amuletos son muy comunes. A veces al fallecido se le atan los pies, tal vez con la intención de impedir que el espíritu salga del cuerpo.

- El tratamiento más meticuloso es el del embalsamamiento, que nació, casi con seguridad, en el antiguo Egipto.
En las Sociedades Precolombinas:

- Entre los mayas se diferenciaba el enterramiento según la clase y categoría del muerto. La gente ordinaria se enterraba bajo el piso de la casa, pero los nobles solían ser incinerados y sobre sus tumbas se erigían templos funerarios.

- Los aztecas, que creían en la existencia de paraísos e infiernos, preparaban a los difuntos para un largo camino lleno de obstáculos. Tenían que pelear para poder llegar al final y ofrecer obsequios y regalos al señor de los muertos, que decidía su destino final.
En la antigua Grecia y China:

- En el hinduismo la procesión al lugar de la cremación va precedida por un hombre que lleva una antorcha. Llegado al lugar previsto, el cortejo se pasea alrededor del féretro y antiguamente, en algunos grupos, la viuda realizaba el suttee, es decir, se auto incineraba en la pira funeraria del marido. Finalmente, las cenizas se depositaban en un río considerado sagrado.

- En la antigua Grecia, Egipto y China los esclavos a veces eran enterrados con sus amos, ya que se creía que en la otra vida el muerto iba a seguir necesitando sus servicios.

En las sociedades occidentales:

En las sociedades occidentales modernas los rituales funerarios engloban velatorios, procesiones, tañido de campanas, celebración de un rito religioso y lectura de un panegírico. En los funerales militares a menudo se realizan saludos especiales con salvas en honor del fallecido. Algunas culturas tienen establecido un periodo de reclusión para la familia. La tradición judía, por ejemplo, fija un periodo de siete días de reclusión (shivah) después del funeral de un familiar cercano.

Pero cada gran personaje o emperador de la historia tiene, su rito mortuorio,
A los arqueólogos, viven con una meta, desenterrar la historia de las tumbas de grandes personajes,
Es el caso de Zahi Hawass, (uno de los mas famosos egiptólogos del mundo) director del Consejo Superior de antigüedades de Egipto, no descansa en su afán por generar los mejores titulares. 

Zahi Hawass



Siempre preocupado por atraer la atención de los medios, Hawass no duda en retransmitir en directo la apertura de misteriosas cámaras selladas desde hace milenios en el interior de la Gran Pirámide o convocar grandes ruedas de prensa para anunciar el hallazgo de magníficas tumbas.
Una de sus últimas “aventuras” le ha llevado esta vez hasta el Valle de los Reyes. Allí, en el recóndito paraje escogido por numerosos faraones como lugar de su último descanso, se encuentra la tumba KV17, perteneciente al faraón Seti I. El hermoso recinto –uno de los más grandes del valle fue descubierto por el italiano Giovanni Battista Belzoni en 1817. Belzoni halló el sarcófago del faraón (la momia fue encontrada tiempo después en  Deir el Bahari y, al final de la tumba, un misterioso pasadizo descendente cuyo final sigue siendo hoy un misterio. Un enigma que, precisamente, ha atraído la atención de Hawass. La máxima autoridad de la arqueología egipcia se ha propuesto desvelar las incógnitas que rodean el misterioso pasillo.

Tumba_Seti

En el siglo XIX, fue el propio Belzoni el primero en tratar de desentrañar el enigma. Retirando toneladas de escombros, el italiano logró avanzar 90 metros, pero se vio obligado a desistir ante la dificultad y el riesgo que entrañaba la empresa. Años después, a comienzos del siglo XX, el célebre Howard Carter lo intentó de nuevo –después de que John Gardner fallara en el empeño en 1843–, también con resultados negativos. En la década de los 60, fue el jeque Alí Abd el Rassul quien tomó el relevo. Ayudado por decenas de trabajadores, el jeque consiguió avanzar hasta los 137 metros, pero el pasillo no parecía tener fin, y el temor a la asfixia y el derrumbe le hizo desistir. La misma suerte corrió años después el arqueólogo  Kent Weeks, quien estuvo a punto de morir sepultado por un derrumbe en la empinada galería. Pese a los fracasos cosechados por sus antecesores y al más que evidente riesgo que entraña el lugar, Hawass, consciente de lo atractivo del enclave, decidió continuar con el desafío en el año 2007. Hasta la fecha ha logrado afianzar 90 metros del pasadizo y ha instalado un curioso sistema de vagonetas para extraer las toneladas de escombros, empeñado en acabar con el enigma
Nadie sabe qué puede haber al final del túnel, aunque hipótesis no faltan. Para algunos autores el pasadizo llevaría hasta una cámara secreta con tesoros del faraón; para otros se trata “sólo” de un camino que conduce hasta un depósito de aguas subterráneas que simbolizarían el océano primigenio de Nun o, como señalan algunas leyendas, sería un túnel secreto que llevaría hasta el  templo de Hatshesut. Hawass, con su habitual teatralidad, se mantiene abierto a todas las opciones, aunque le gusta recordar el hallazgo de un llamativo relieve que parece representar el propio pasadizo, con gigantescas y temibles serpientes en su final. Es posible que pese al empeño de Hawass, el secreto de la tumba de Seti I permanezca oculto para siempre, dado el riesgo y las dificultades que entraña. Sin embargo, no es la única tumba que trae de cabeza a los arqueólogos. Los nombres de otros muchos personajes que cambiaron la historia pasaron después de su muerte a engrosar las listas de los historiadores que, siglos más tarde, tratan de desentrañar los enigmas que rodean a sus enterramientos.
A su repentina muerte en el 323 a.C. contaba con sólo 32 años, Alejandro III de macedonia  controlaba un vasto imperio cuyos límites se extendían por buena parte del mundo conocido. Su fama como estratega y gobernante iban a la par, y su figura alcanzó el estatus de dios en la Antigüedad. No es de extrañar, por tanto, que su tumba se convirtiera durante siglos en lugar de peregrinación para miles de personas, y que hoy su paradero constituya uno de los grandes desafíos para no pocos arqueólogos. Los primeros enigmas surgen ya con las causas de su muerte, que le sorprendió en Babilonia, mientras preparaba una nueva expedición. Durante una fiesta, Alejandro sufrió un repentino desmayo y durante varios días se vio aquejado por fuertes fiebres que fueron debilitándole hasta morir. Hoy los investigadores creen que sus síntomas podrían deberse a la malaria, aunque no faltan hipótesis surgidas poco después de su muerte, que señalan a un posible envenenamiento. En cualquier caso, su vida se apagó definitivamente pocos días después, iniciándose desde el primer momento una disputa sobre cuál debía ser el destino final de sus restos.
Al parecer, Alejandro había manifestado sus deseos de ser enterrado en el santuario del dios Amón en el  oasis de Siwa ,pues cuando había visitado el lugar el oráculo –según relata  Plutarco le había proclamado hijo del dios. Sin embargo, ninguno de sus generales enfrascados ya en la lucha por repartirse sus dominios parecía muy interesado en satisfacer los deseos de su líder. Las razones de esta discusión no eran banales. Por un lado, Aristrando, el adivino del séquito de Alejandro, había vaticinado que la nación en la que estuviera enterrado el cuerpo nunca sería derrotada; por otro, el gesto de inhumar el cadáver era un derecho que correspondía al legítimo sucesor. Finalmente, se dispuso que la momia de Alejandro el cuerpo había sido cuidadosamente embalsamado, fuera trasladada en un lujoso catafalco hasta Egas, para ser enterrado junto al resto de reyes macedonios. La comitiva fúnebre tardó dos años en partir de Babilonia el tiempo que se demoró la construcción de la lujosa carroza fúnebre, pero nunca llegó a su destino. Plotomeo  , uno de sus generales, alcanzó a la comitiva en Damasco, y allí logró convencer a Arrideo, el oficial encargado del traslado, para que cambiase su rumbo en dirección al país de los faraones. Perdicas el regente nombrado por Alejandro en su lecho de muerte, descubrió la maniobra y trató de impedirla, aunque sin éxito.

Catafalco_Alejandro_Magno

Así fue como los restos de Alejandro llegaron a su primer destino, las tierras de Egipto. Todo parece indicar que Ptolomeo aprovechó una tumba sin usar –dejada en su huída por el faraón  Nectanebo II, cerca del serapeum de Saqqara, en la necrópolis de Menfis, para depositar los restos del macedonio. En cualquier caso, ese no iba a ser su lugar de descanso definitivo. Pocos años después se ordenó su traslado a Alejandría y se realizó una primera tumba, aunque ésta fue sustituida en el año 215 a.C. por otra creada por orden de  Ptolomeo IV filopator Este lugar de enterramiento, conocido como Soma Alexandros, se encontraba en el centro de Alejandría, y pronto se convirtió en uno de los santuarios más importantes de la Antigüedad, al que muchos acudían para venerar a Alejandro Magno como un auténtico dios.
Precisamente, y si exceptuamos el lamentable saqueo realizado por  Ptolomeo XI a comienzos del siglo I a.C. –quien fundió el ataúd de oro–, la mayor parte de los textos que mencionan la tumba en aquellos siglos lo hacen para rememorar las ilustres visitas de grandes mandatarios. Entre ellos destacan varios emperadores romanos, como Julio Cesar  que acudió en el año 48 a.C., o Augusto –antes de ser emperador–, quien procedió a coronar a la momia y depositó flores sobre ella. Ya en el siglo III d.C., otro emperador, Caracalla, quiso recordar la memoria de Alejandro visitando su tumba. En estas fechas comienzan ya a enturbiarse las noticias sobre el Soma Alexandros. Durante el reinado de Aureliano, en el año 270 d.C., Alejandría se vio aquejada por graves revueltas políticas durante las cuales la tumba pudo resultar dañada. Casi un siglo después, en el año 365, se produjo un fuerte terremoto al que siguió un temible tsunami. Ambos desastres afectaron gravemente a la ciudad, y casi con seguridad también a la tumba. Algunos años después, un texto de Libanio de Antioquia aseguraba que la momia estaba todavía expuesta, pero será por poco tiempo. El emperador Teodosio emitirá pronto sus decretos prohibiendo el culto a los dioses paganos –Alejandro es considerado como tal–, y es entonces cuando la tumba desaparece envuelta en el misterio. Sólo un siglo después, los autores que la mencionan aseguran que nadie en la ciudad conoce su paradero. Desde entonces, cientos de expediciones han intentado localizar los restos de Alejandro.

Augusto_Tumba_Alejandro

En las últimas décadas, al menos tres  grupos distintos han realizado intentos por dar con su paradero. El primero de ellos tuvo lugar en 1960, cuando un equipo del Centro Polaco de Arqueología excavó en la zona de Kom el Dikka –en el corazón de Alejandría–, sin hallar restos de interés. Más recientemente, en 1991, fue el Departamento de Lengua Árabe de la Universidad de Al Azhar quien decidió probar suerte, aunque de nuevo con resultado negativo. Como suele suceder siempre que se trata de restos arqueológicos casi legendarios, no han faltado grupos de investigadores amateurs y cazadores de tesoros que han perseguido la célebre tumba o que incluso aseguran haberla encontrado
Poco más de cien años después de que Alejandro Magno expirara su último aliento, a miles de kilómetros de allí, en la lejana China, otro gran conquistador  perdía la vida, a pesar de su obsesión por alcanzar la inmortalidad. Aquel hombre no era otro que Qin shi Huangdi el primer emperador, que había logrado unificar todos los territorios de la antigua China, hasta entonces enfrentados sin descanso. En los últimos años de su vida, el emperador se obsesionó con la búsqueda de la inmortalidad. Tanto es así, que organizó varias expediciones en busca del “elixir de la vida”, que según las leyendas se encontraba en la mítica isla de los Inmortales. Aquella búsqueda no dio los frutos deseados, pero el emperador no desistió en su empeño. Siempre rodeado por su corte de médicos y alquimistas, cada día tomaba un bebedizo supuestamente capaz de burlar a la muerte. Irónicamente, parece ser que uno de estos preparados –compuesto de mercurio y plomo–, acabó finalmente con su vida en el año 210 a.C.
Más de 2.000 años después, en 1974, varios campesinos que trabajaban en la construcción de un pozo a pocos kilómetros de la ciudad de Xian realizaron sin querer un inesperado hallazgo. Para su sorpresa, ante sus ojos aparecieron varias cabezas de hombres realizadas en terracota. Habían descubierto el mausoleo del emperador. Tras más de treinta años de trabajo, los arqueólogos chinos han desenterrado más de ocho mil figuras de terracota que representan a otros tantos soldados, oficiales y sirvientes del emperador. Un auténtico ejercito que parece preparado para defender a su señor en el más allá, y que hoy se ha convertido en uno de los principales atractivos turísticos y arqueológicos del país amarillo.

Guerros_Terracota

A diferencia de lo que sucede con la tumba de Alejandro Magno, cuyos restos podrían haberse perdido para siempre, todo parece indicar que la tumba principal del primer emperador se encuentra a escasa distancia de su magnífico ejército, en un montículo llamado Li. Bajo el túmulo de tierra, que posee una anchura de unos 350 metros y una altura de 47, se encontraría  el cuerpo de Qin Shi Huangdi. Sin embargo, las autoridades chinas, temiendo dañar irremediablemente su contenido, todavía no se han atrevido a iniciar la excavación del lugar, manteniendo su auténtico contenido en un profundo misterio.
Pese a todo, contamos con una antigua fuente escrita que podría avanzarnos algo de lo que podría hallarse en su interior. Unos doscientos años después de la muerte del emperador, el historiador Sima Qian describió en sus Memorias históricas los tesoros custodiados en la tumba del emperador. Según el texto, el mausoleo fue construido gracias al esfuerzo de 700.000 obreros de todo el país, que levantaron una gigantesca tumba que reflejaba la grandeza de su señor, recreando todos sus dominios en miniatura. Así, el techo estaría decorado con representaciones de las constelaciones celestes, mientras que el suelo representaría fielmente los dominios terrenales del emperador. Qian asegura que incluso se representaron los grandes ríos del país, utilizando mercurio para ello. Además, los aposentos mortuorios estarían repletos de ricos tesoros aunque, eso sí, protegidos por temibles trampas. Actualmente, y mientras las autoridades no se deciden a iniciar la excavación definitiva, es imposible aventurar hasta que punto son correctas las aparentemente exageradas descripciones de Sima Qian. De hecho, es posible que los supuestos tesoros ya no existan, rapiñados hace siglos por los saqueadores mencionados por algunas fuentes. Sin embargo, una cosa es segura: con la magnífica “antesala” que constituyen los guerreros de terracota, si sólo un uno por ciento de lo relatado por Qian resulta ser verdad, en la colina Li aguarda a ser descubierto uno de los tesoros arqueológicos más fascinantes de la historia. Sólo el tiempo nos permitirá desvelar la verdad

Mausoleo_Qin vista aerea


En la segunda mitad del siglo IV d.C. el cristianismo –legalizado años atrás–, se afianzaba sin problemas por las distintas provincias del Imperio Romano. En aquellos años, su principal enemigo se encontraba en las numerosas herejías que todavía discutían el camino marcado por la ortodoxia. Es en ese peculiar escenario histórico y religioso en el que hace aparición Prisciliano, un asceta nacido en el noroeste de la Península Ibérica (en Gallaecia según unos autores, o en la Lusitania según otros). Parece ser que en su juventud se interesó por la magia y la astrología, prácticas que abandonó tras su bautismo, y ya adulto viajó a Burdigala (actual Burdeos), donde se incorporó a una comunidad cristiana dirigida por un retórico llamado Delphidius. Algunos años después regresó al noroeste peninsular, donde su fama fue aumentando con rapidez, despertando los recelos y la antipatía de parte del clero. Tras un concilio, el de Zaragoza, en el que se pretendía condenar sus ideas, dos obispos que le seguían decidieron nombrarlo obispo de Ávila, a pesar de que Prisciliano era un laico. A partir de ese momento, y mientras las ideas priscilianistas van calando con notable éxito por buena parte de las provincias hispanas, las críticas y condenas del clero más contrario al ascetismo se recrudecen. El clero antipriscilianista le recrimina –entre otras cosas– sus críticas a los excesos de la jerarquía, su apertura a las mujeres –a quienes permite participar en las lecturas de la Biblia–, o su costumbre de no consumir de inmediato las especies de la eucaristía. No faltan tampoco claras alusiones a que las doctrinas priscilianistas poseen un claro tono herético, vinculado con el gnosticismo.
Hoy resulta difícil saber cuáles de estas acusaciones estaban fundamentadas en motivos reales y cuáles eran meras acusaciones malintencionadas para dañar al popular asceta. De un modo u otro, y tras un nuevo concilio en Burdeos, finalmente los enemigos de Prisciliano logran su propósito y, en el año 365, el “hereje” y varios de sus seguidores son ejecutados en Tréveris, acusados de practicar la magia. Tras su ejecución, tal y como recordaría apenas quince años después  Sulpicio Severo, los cadáveres fueron llevados de vuelta a la península. Por desgracia, ni Severo ni ninguna otra fuente especifican a qué lugar en concreto, aunque hoy los especialistas se inclinar a pensar que fue a algún punto de la Gallaecia. De lo que no hay duda es que tras la muerte de Prisciliano, sus ideas se extienden por el noroeste con mayor éxito que antes, y su tumba y la de sus discípulos –en un lugar hoy desconocido –, se convierte en un importante destino de peregrinación. Las ideas priscilianistas pervivirán todavía hasta bien entrado el siglo VI, pero poco a poco se van diluyendo, al igual que el recuerdo sobre la ubicación de su tumba. Un interrogante para el que no han faltado hipótesis.

Catedral_Santiago de Compostela

En opinión de monseñor Guerra Campos, la ubicación más plausible se corresponde con un lugar conocido como Os Martores, en la parroquia pontevedresa de San Miguel de Valga. El hecho de que en una ermita allí existente hayan aparecido unos sarcófagos antropomorfos que podrían datar del siglo IV, junto a la toponimia del lugar (Os Martores sería una alusión a “Los mártires”, como se conocía a Prisciliano y sus seguidores) ha hecho pensar a Guerra que ese es el lugar correcto. Por otra parte, el literato gallego Celestino Fernandez de la Vega aventuró hace algunas décadas la posibilidad de que el “hereje” estuviera enterrado en la antigua construcción existente en la localidad lucense de Santa Eulalia de  Boveda aunque hoy los expertos consideran que el edificio fue un ninfeo romano. Junto a estas dos propuestas, destaca una tercera que ha gozado de mayor popularidad, sin duda por lo polémico de su planteamiento. A comienzos del siglo XX, el sacerdote e historiador francés Louis Duchesne planteó una sugerente hipótesis: la tumba de Prisciliano esta “a la vista” de todos, en el lugar que según la tradición ocupa el apóstol Santiago, en la catedral compostelana  . Si bien la arriesgada propuesta no ha podido ser demostrada, lo cierto es que no resulta más improbable que la tradición sobre el apóstol, sobre el que no hay una sola evidencia –más bien todo lo contrario– de que pisara jamás la península, ni antes ni después de muerto.
En cualquier caso, las excavaciones arqueológicas realizadas en el subsuelo de la catedral han sacado a la luz la existencia de una antigua necrópolis muy anterior a la aparición de la tradición jacobea. ¿Es Prisciliano quien allí descansa? Como señalaba el historiador Claudio Sanchez – Albornoz en una de sus obras, “nada lo garantiza ni lo contradice”
Corría el mes de agosto de 1227 cuando otro de los grandes conquistadores de la historia, el poderoso Gengis Kan era sorprendido por la muerte mientras luchaba contra el reino de Hsi-Hsía. Al morir, sus dominios se extendían por gran parte de Asia, llegando hasta Europa oriental, y al igual que sucedió con otros de los personajes aquí mencionados, la ubicación de sus restos mortales se ha convertido en un fascinante aunque incómodo interrogante para los historiadores. Algo comprensible si tenemos en cuenta que ya desde el momento de su fallecimiento las noticias sobre su destino resultan muy confusas. Según algunos textos, el celo de sus generales por proteger el secreto de su última morada llegó hasta el punto de que las tropas ejecutaron a todo aquel que tuvo la desgracia de cruzarse con la comitiva fúnebre. Después, según las crónicas, la tumba fue pisoteada por mil caballos, e incluso se alteró el curso de un río para ocultar cualquier pista de su paradero. En sus escritos, el viajero Marco Polo  –que visitó el país algunos años después–, relata que los propios mongoles desconocían entonces la localización de la tumba.
Pese a las dificultades, los historiadores barajan hoy dos posibilidades. La primera apunta a la región china de la Mongolia interior, cerca de donde murió, pues en opinión de los arqueólogos chinos es poco probable que sus tropas decidieran realizar el largo viaje hasta Mongolia, teniendo en cuenta el calor del verano y la putrefacción del cadáver. Además, a escasos cien kilómetros de allí se encuentra el mausoleo dedicado en su memoria, donde se veneraron algunas de sus reliquias. Por otra parte, la mayor parte de los historiadores sugiere una segunda localización, en este caso en la región de Mongolia donde Gengis Kan creció, en la provincia de Henti. Sin embargo, el lugar exacto no está demasiado claro: podría ser cerca del río Onon o, por el contrario, en una montaña –aún sin identificar– conocida como Burkan Jardun. Tras los problemas sufridos por los arqueólogos para excavar durante la época comunista –se temía que el hallazgo de la tumba exaltara los ánimos nacionalistas de Mongolia–, algunas expediciones se han animado a buscar los restos del Kan. La última de estas investigaciones arrancó en octubre de 2008, cuando un equipo de la Universidad de San Diego (EE.UU.) anunció sus planes de emplear la tecnología más avanzada –fotografías vía satélite de alta resolución y aparatos de inducción electromagnética–, con la finalidad de hallar la tumba de una vez por todas. Si la expedición, todavía en marcha, tiene resultados positivos, es posible que pronto podamos descubrir los secretos y tesoros que han acompañado al Gran Kan durante casi ocho siglos.
Hace apenas unos meses, el papa benedicto XVI    anunciaba durante una misa multitudinaria el “sensacional hallazgo” de los restos del apóstol Sam Pablo  en el subsuelo de la basílica romana que lleva su nombre. Aunque el anuncio papal daba a entender que las evidencias científicas así lo demostraban, la realidad era mucho menos espectacular. Las últimas referencias escritas –más o menos fiables– sobre Pablo, los Hechos de los Apóstoles, lo sitúan en Roma, pero nada dicen sobre su  muerte y posterior enterramiento. No es hasta el siglo IV cuando Eusebio de Caserea , citando a un presbítero del siglo anterior llamado Gayo, menciona una tradición que ubica los restos del apóstol en un monumento funerario de la Vía Ostiense. El propio director de los estudios más recientes, Ulderico Santamaría, se manifestó mucho más prudente que el pontífice, al explicar que los análisis “ni confirman ni excluían nada”, pues sólo confirmaban que los restos encontrados pertenecían a un hombre del siglo I o II d.C.

Basilica_San_PAblo, Roma


Las dudas sobre la tumba y los restos de san pedro, supuestamente hallados bajo la basílica vaticana, son aún mayores. En el caso del galileo, los Hechos de los Apóstoles lo ubican en Jerusalén al mencionarlo por última vez. Nada, excepto tradiciones tardías –entre ellas la del citado Gayo– ubican a san Pedro en Roma. Las diversas excavaciones realizadas bajo la basílica han sacado a la luz una necrópolis del siglo I d.C., e incluso una construcción en la que se halló una frase en griego que reza: Petrus eni (Pedro está aquí). Sin embargo, esta inscripción fue datada en torno al 150 d.C., por lo que tampoco resulta una prueba válida. La última sorpresa llegó cuando se anunció el hallazgo de unos restos óseos tras la excavación de 1953 que podían corresponderse con el apóstol, pues habían aparecido envueltos en una tela púrpura bordada en oro. Según un primer estudio, los huesos pertenecían a un varón de unos 65 años. Aquello parecía coincidir, pero un segundo análisis resultó demoledor: los huesos no eran de una sola persona y, además, algunos de ellos pertenecían a una oveja, un buey e incluso un ratón
Siempre rodeara el misterio, y la intriga alrededor de estos grandes personajes y los rituales funerarios que siguieron después de la muerte,

¿Qué es la muerte? Si todavía no sabemos lo que es la vida, ¿Cómo puede inquietarnos el conocer la esencia de la muerte?
Confucio

buldjr

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