martes, 9 de agosto de 2011

Constantinopla, Un Constantino la construyó, uno la perdió


Constantinopla, Un Constantino la construyó, uno la perdió



En el año 324 Constantino I el Grande, el emperador que refundaría la ciudad de Constantinopla, vence al coemperador romano Licinio (Flavio Valerio Licinio Liciniano 250-325), transformándose en el hombre más poderoso del Imperio Romano. En ese contexto decidió convertir la ciudad de Bizancio en la capital del Imperio, comenzando los trabajos para embellecer, recrear y proteger la ciudad. Para ello utilizó más de cuarenta mil trabajadores, la mayoría esclavos godos.




Cuando Honorio y Arcadio, ambos emperadores, se repartieron Roma occidental y oriental respectivamente, esta ciudad era ya un cúmulo de decadencia, un espectro, una luz apagada. De su gloria pasada sólo quedaban recuerdos. En cambio, Constantinopla era la nueva urbe centro del mundo y de la civilización occidental, puerta de oriente y occidente, ciudad por donde casi cualquier comerciante debía pasar obligatoriamente, lo que la enriqueció progresivamente. El hecho es que a Constantinopla se mudó no solo la administración y el ámbito cultural del imperio, sino que tras la caída de la Roma occidental,  la parte oriental o Bizancio permaneció como aquella heredera del recuerdo de la grandeza que Roma alguna vez representó en, prácticamente, tres continentes. Los primeros 500 años para Bizancio estuvieron plagados de éxitos y fracasos, aciertos y problemas, virtudes y errores, como cualquier aparato estatal atraviesa. Sin embargo,  Constantinopla seguía siendo una de las principales urbes, sino la primera, del mundo desde el punto de vista político, geográfico, arquitectónico y cultural.

Esta ciudad era,

Constantinopla (en griego Κωνσταντινούπολις, Konstantinúpolis, abreviado como ἡ Πόλις, hē Polis, 'La Ciudad'; en latín Constantinopolis, en turco otomano formal Konstantiniyye), actual Estambul, fue la capital del Imperio romano (330–395), del Imperio romano de Oriente, o Imperio bizantino (395–1204 y 1261–1453), del Imperio Latino (1204–1261) y del Imperio otomano (1453-1922). Estratégicamente situada entre el Cuerno de Oro y el mar de Mármara en el punto donde se unen Europa y Asia, la Constantinopla bizantina fue baluarte de la Cristiandad y heredera del mundo griego y romano. A lo largo de toda la Edad Media Constantinopla fue la mayor y más rica ciudad de Europa,conocida como "la Reina de las Ciudades" (Basileuousa Polis).
Dependiendo del contexto de sus gobernantes, ha recibido con frecuencia diferentes nombres a lo largo del tiempo; entre los más comunes están Bizancio (en griego Byzantion), Stamboul o Nueva Roma (en griego Νέα Ῥώμη, en latín Nova Roma), este último un nombre más eclesiástico que oficial. Fue renombrada oficialmente como Estambul (su nombre actual) en 1930 mediante la Ley Turca de Servicio Postal, parte de las reformas nacionales impulsadas por Atatürk.

Después de seis años de trabajos, hacia el 11 de mayo de 330, y aún sin finalizar las obras –se terminaron en el 336– Constantino inauguró la ciudad mediante los ritos tradicionales, que duraron 40 días. La ciudad entonces contaba con unos 30.000 habitantes. Un siglo más tarde alcanzó medio millón, siendo la ciudad más grande del mundo; algunos autores, en determinados momentos de su historia, llegan a atribuirle hasta un millón.


Renombrada como Nea Roma Constantinopolis (Nueva Roma de Constantino), aunque popularmente se la denominaba Constantinopolis (en griego Κωνσταντινούπολη), fue reconstruida a semejanza de Roma, con catorce regiones, foro, capitolio y senado, y su territorio sería considerado suelo itálico (libre de impuestos). Al igual que la capital itálica, tenía siete colinas.
Constantino no destruyó los templos existentes, ya que no persiguió a los paganos, es más, construyó nuevos templos para paganos y cristianos, especialmente influidos por estos últimos.


 Tal es así que durante su gobierno se abolió la crucifixión, las luchas entre gladiadores, se reguló el divorcio, dándose mayor protección legal a la mujer y se mantuvo una mayor austeridad sexual, según las costumbres que después se convertirían en cristianas. Además construyó iglesias como la de Santa Irene y la iglesia-mausoleo, donde fue enterrado el emperador. Constantino jamás se declaró religioso, sólo lo llegó a ser en el lecho de muerte, siendo bautizado por el arriano Eusebio de Nicomedia.
Nueva Roma fue embellecida a costa de otras ciudades del Imperio, cuyas mejores obras fueron saqueadas y trasladadas a la nueva capital. En el foro se colocó una columna donde se emplazó una estatua de Apolo a la que Constantino hizo quitar la cabeza para colocar una réplica de la suya. Se trasladaron mosaicos, esculturas, columnas, obeliscos, desde Alejandría, Éfeso y sobre todo desde Atenas. Constantino no reparó en gastos, pues quería levantar una capital universal.


La ciudad contaba con un hipódromo, construido en tiempos de Septimio Severo (año 203), que podía albergar más de 50.000 personas y era la sede de las fiestas populares y de los homenajes a los generales victoriosos del Imperio. Sus tribunas también fueron testigo de tribunales donde se dirimían los casos más relevantes. Hoy en día, el hipódromo sólo es una plaza del centro de la ciudad (Estambul), donde se conservan los dos obeliscos que se encontraban en el eje de la pista, uno de ellos perteneciente al faraón egipcio Tutmosis III


También se dio gran importancia a la cultura. Constancio II creó la primera universidad del mundo al fundar, en el 340, la Universidad de Constantinopla, aunque luego fuera reformada por el emperador Teodosio II en 425. En ella se enseñaba Gramática, Retórica, Derecho, Filosofía, Matemática, Astronomía y Medicina. La universidad constaba de grandes salones de conferencias, donde enseñaban sus 31 profesores.
Al morir Constantino, la fragmentación del Imperio Romano era un hecho. Sin embargo, esto no se produciría hasta la muerte de uno de sus sucesores: Teodosio, quien en el año 395 dividió en dos el Imperio y cedió el mando de la parte occidental, con sede en Milán, a su hijo Honorio; y la parte oriental, con sede en Constantinopla, a su otro hijo, Arcadio, dando comienzo al Imperio Bizantino que, a diferencia de la parte occidental cuya decadencia fue cada vez mayor, se mantuvo pujante hasta el año 1453. A Teodosio se debe el foro de su nombre en la antigua Constantinopla.


En época del emperador Justiniano (527–565) se construyó el templo de Santa Sofía, donde sus arquitectos tuvieron que idear una cúpula para cubrir el amplio edificio de planta rectangular. Tan complejo fue el trabajo que la primera cúpula se derrumbó; la segunda es la que hoy se puede ver en el edificio. Justiniano también construyó la iglesia de los santos Sergio y Baco, entre los años 527 y 536 después de Cristo.
Durante el gobierno del emperador Heraclio (610–641) se creó la Academia Patriarcal de Teología, que luego fuera organizada también como universidad
La caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos el martes 29 de mayo de 1453 fue un suceso histórico que, en la periodización clásica y según algunos historiadores, marcó el fin de la Edad Media en Europa y el fin del último vestigio del Imperio romano de Oriente y de la cultura clásica.


Puede decirse que el declive de Constantinopla, la capital del Imperio romano de Oriente, comenzó en 1190 durante los preparativos de la Tercera Cruzada en los reinos de Occidente. Los bizantinos, creyendo que no había posibilidades de vencer a Saladino (sultán de Egipto y Siria y principal enemigo de los cruzados instalados en Tierra Santa), decidieron mantenerse neutrales. Con esta reticencia bizantina como excusa, y con la codicia por los tesoros de Constantinopla como motor, los cruzados tomaron por asalto la ciudad en 1204, ya en la Cuarta Cruzada, dando origen al efímero Imperio latino que duró hasta 1261.
Los bizantinos, despojados de su capital imperial, establecieron nuevos Estados: el Imperio de Nicea, el Imperio de Trebisonda y el Despotado de Epiro serían los más influyentes. En tanto, el reino establecido por los cruzados fue perdiendo territorios. Finalmente, en 1261, el Imperio de Nicea, bajo Miguel VIII Paleólogo, reconquistó la ciudad.


Incluso antes de la Cuarta Cruzada, el Imperio bizantino venía, desde varios siglos atrás, perdiendo territorios debido al empuje de pueblos y estados musulmanes, en Oriente Medio y en África. En los inicios del siglo XI, una tribu turca procedente de Asi Central y que regía en una amplia zona de lo que hoy es Oriente Medio, los selyúcidas, comenzaron a atacar y conquistar territorios bizantinos en Anatolia. Al final del siglo XIII, los selyúcidas ya habían tomado casi todas las ciudades bizantinas de Anatolia, con excepción de un puñado de ciudades en el noroeste de la península.


En esta época, los Kayi, otro clan seminómada turco había migrado del Jorasán (noreste de Persia) hacia el oeste y, tomando partido por los selyúcidas en una batalla en Anatolia frente al Imperio mongol, decidió la victoria turca. El sultán selyúcida Kaikubad I, en agradecimiento, le concedió a su líder Ertoğrül un pequeño territorio montañoso en el noroeste del imperio, en las proximidades del territorio bizantino llamado Söğüt. El estado selyúcida comenzaba poco después a dividirse en pequeños emiratos que no reconocían el poder selyúcida ni el mongol. Uno de estos emiratos, el del clan turco que habría ayudado a los selyúcidas, bajo el mando de un líder llamado Osmán I Gazi (hijo de Ertoğrül y que daría el nombre de la dinastía otomana u osmanlí) sería el núcleo originario del futuro Imperio otomano.


Los otomanos ya habían impuesto su fuerza al desvalido Imperio bizantino, tomando sus últimas ciudades asiáticas de Bursa, Nicea y Nicomedia, en la región de Bitinia. En 1341, cuando murió el emperador Andrónico III, el imperio quedó en manos de su esposa Ana, quien nombró al clérigo Juan VI Cantacuzeno como tutor de su hijo Juan V Paleólogo y corregente de Ana. En 1343, Cantacuzeno se declaró regente único y pidió ayuda militar al entonces emir otomano Orhan I (hijo y sucesor de Osmán desde 1326) para imponer su control sobre los últimos remanentes del Imperio bizantino. Ana, entonces, determinó que Juan y Cantacuzeno serían co-emperadores, el segundo de mayor autoridad sobre el primero durante 10 años, cuando entonces gobernarían como iguales.


Cuando el reino de Serbia atacó Salónica, en 1349, el clérigo y regente bizantino Cantacuzeno pidió por segunda vez auxilio a los otomanos. En 1351, Cantacuzeno hizo una tercera alianza con los turcos para ayudarlo en la guerra civil provocada entre sus partidarios y los seguidores del príncipe Juan. En este último acuerdo, Cantacuzeno prometió a los otomanos la posesión de una fortaleza del lado europeo del estrecho de los Dardanelos: la primera ocupación de una civilización asiática en Europa desde el asedio persa a Grecia, más de 2.000 años atrás. Entretanto, el pasha (príncipe) otomano Suleimán (hijo primogénito de Orhan) decidió reforzar su posición tomando la ciudad de Galípoli, estableciendo el control sobre toda la península y una base estratégica para la expansión del Imperio otomano en Europa. Cuando Cantacuzeno exigió la devolución de la ciudad, los otomanos se volvieron en contra de Constantinopla.
Durante el gobierno de Juan V Paleólogo, Bizancio se convirtió un estado vasallo del nuevo emir Murad I (segundo hijo y sucesor de Orhan desde 1359), ofreciendo soldados para las campañas de los turcos en Europa y pagando un tributo anual para mantener a los turcos lejos de Constantinopla. Las exigencias turcas se agravaron cuando Juan murió, en 1391, y su hijo Manuel II Paleólogo subió al trono, en desacato al sultán otomano Beyazid I (hijo y sucesor de Murad, caído en combate contra los serbios en la Batalla de Kosovo -1389).


Entre las nuevas exigencias del sultán estaba el establecimiento de un distrito en Constantinopla de mercaderes otomanos. Como Manuel rehusó, Beyazid cercó la ciudad por tierra. Después de 7 meses de sitio, Manuel Paleólogo cedió y los turcos se retiraron para las campañas en el norte, contra Serbia y Hungría.
Beyazid convocó a Manuel y a otros reyes cristianos del este europeo para una audiencia, donde demostraría las consecuencias para cualquiera que resistiera al sultán. Paleólogo presintió que sería asesinado y rehusó la invitación. Después de un segundo rechazo, en 1396, Beyazid envió nuevamente su ejército a Constantinopla, saqueando y destruyendo los campos aledaños a la ciudad, impidiendo que cualquiera entrase o saliese vivo de allí. Constantinopla aún podía contar con suministros venidos del mar, ya que los turcos no se apoyaron en un cerco marítimo a la ciudad. Así, Constantinopla resistió por 6 años, hasta que, en 1402, el temible ejército turco-mongol de Tamerlán invadió el Imperio otomano por el este y Beyazid se vio obligado a movilizar sus tropas para este nuevo frente, salvándose Constantinopla en el último momento.


En las dos décadas siguientes, Constantinopla se vio libre del yugo otomano (debido a la derrota y prisión de Beyazid en la Batalla de Ankara y la posterior lucha entre sus hijos Süleyman Çelebi, İsa Çelebi, Mûsa Bey y Mehmed I, del cual salió victorioso el último) y pudo incluso recuperar algunos territorios en Grecia, volviéndolos a perder en breve. Pero en 1422 Manuel Paleólogo resolvió apoyar a un príncipe otomano al trono, imaginando una tregua duradera en el futuro. El sultán Murad II (hijo de Mehmed I) envió en respuesta un contingente de 10.000 soldados para cercar Constantinopla una vez más. En aquel año, el 24 de agosto, el sultán ordenó un duro ataque a las murallas y, después de varias horas de batalla, ordenó su retirada y, una vez más, Constantinopla consiguió sobrevivir.
El cisma entre las Iglesias católicas Romana y Ortodoxa había mantenido a Constantinopla distante de las naciones occidentales e, incluso durante los asedios de los turcos musulmanes, no había conseguido más que indiferencia de Roma y sus aliados. En un último intento de aproximación, teniendo en vista la constante amenaza turca, el emperador Juan VIII promovió un concilio en Ferrara, en Italia, donde se resolvieron rápidamente las diferencias entre las dos confesiones. Entretanto, la aproximación provocó tumultos entre la población bizantina, dividida entre los que rechazaban a la iglesia romana y los que apoyaban la maniobra política de Juan VIII.


Juan VIII había muerto en 1448 y su hermano Constantino XI asumió el trono al año siguiente (mientras tanto la regente en Constantinopla fue Elena Dragases, madre de ambos). Era una figura popular, habiendo luchado en la resistencia bizantina en el Peloponeso frente al ejército otomano, mas seguía la línea de su hermano y predecesor en la conciliación de las iglesias oriental y occidental, lo que causaba desconfianza no sólo entre el clero bizantino sino también en el sultán Murad II, que veía esta alianza como una amenaza de intervención de las potencias occidentales en la resistencia a su expansión en Europa.







Para el año 1451 asume el cargo entre los otomanos Mehmed II, que por cierto, había prometido no violar el territorio bizantino. Constantino, el emperador de turno, no tuvo mejor idea que sentirse confiado y solicitar una renta anual para así mantener a un príncipe otomano que se hallaba de rehén. Mehmed II decidió que había llegado el momento, ese acto fue la gota que derramó el vaso, pues decidió preparar un asalto que definitivamente tome la ciudad. En Bizancio se preparó la defensa, sin embargo para Constantino XI fue una decepción al comprobar que sólo contaba entre 5 a 7 mil activos, pues la ciudad andaba muy baja en cuanto a población, sólo 50 mil habitantes. Se recibió ayuda de naciones italianas que no compensaron las pérdidas.


Esta vez lo otomanos no olvidaron el mar. Con su flota bloquearon la entrada del Mar Negro con una fortaleza armada y los Dardanelos, el Mar de Mármara y el oeste del Bósforo con 125 navíos. Mehmed consiguió reunir casi 100 mil soldados. Entre las armas que harían pedazos a los bizantinos y sus murallas, estaban los cañones  como aquel de nueve metros que tuvo que ser trasladado por cientos de bueyes y 100 hombres a una velocidad de casi 2 km diarios. No se dejó de tocar los tambores y trompetas en ningún momento del asedio. Por supuesto además se prometió a los otomanos tres días de pillaje por la ciudad, lo cual los entusiasmó.


El 7 de abril de 1453 empezó el sitio a la ciudad. El cañón gigante dio el primer bombazo que destruyó parte de la muralla, incapaz contra ataque de artillería. Poco a poco así, se fue carcomiendo la poderosa muralla y la moral de los bizantinos, quienes desesperados intentaron repararla a diario. Los otomanos también atacaron por mar, aunque sólo en un frente, pues los cañones bizantinos podían hacer estragos en la flota.


El 12 de abril los bizantinos y su flota rechazan a los otomanos en el Cuerno de Oro. El 18 de aquel mes se intentó atacar la muralla, ofensiva que también fue repelida. El sultán se vio en aprietos tras la llegada de refuerzos marítimos griegos y del Vaticano. Sin embargo el 22 de abril el sultán ordenó la construcción de un camino de rodadura al norte de Pera, por donde se podría evitar la barrera del Cuerno de Oro. El 25 de abril, ante la desesperación de que se abra un nuevo frente, los bizantinos lanzan un ataque pero es descubierto y superado. Entonces estos empezaron a ser bombardeados en dos frentes, y entretenidos por cierto en ambos.


Era 7 de mayo, cuando el sultán atacó y fue repelido, los romano-orientales respiraron aliviados de nuevo. No se había producido un ataque grande de los soldados turcos. El sultán intentó de todo, como abrir túneles o modernas máquinas de asedio, pero todo tipo de ataque fue rechazado.
Sin embargo, la artillería hacía estragos en la maltrecha muralla. Las mermadas tropas estaban cansadas y prácticamente si aún estaban abastecidas era sólo de milagro. Los presagios como el de un eclipse el 24 de mayo, la caída de ícono de la Virgen María, las tempestades, el mal tiempo, y la falta de apoyo de las ciudades en teoría aliadas, hicieron que la moral de los bizantinos caiga paulatinamente. Mehmed II solicitó que se le entregara la ciudad y se perdonaría la vida de los civiles, además claro de la entrega de un tributo. Constantino se vio obligado a rechazarla por la sencilla razón de que los tesoros habían sido saqueados y no quedaba mucho, y admitir eso significaría una vergüenza pública. El 28 de mayo hubo un descanso y se detuvieron los cañones. Parecía una paz inaudita, y que por cierto hacía presagiar lo peor para los asediados, el silencio, la espera, los torturaba.


Los bizantinos sólo tocaron las campanas de las iglesias todo el día. Sabían que el día siguiente podría ser el último y el emperador y sus cercanos rezaron en la iglesia de Santa Sofía.
Era el amanecer del 29 de mayo de 1453 cuando Mehmed lanzó un ataque fuerte y decisivo contra las murallas. Los primeros eran mercenarios y prisioneros. Eran carne de cañón. Ese era el plan, cansó a los bizantinos para que a continuación sus 80 mil turcos, profesionales y bien entrenados, den el golpe final. Los turcos finalmente se lanzaron al ataque, y lo hicieron durante dos horas. Los bizantinos, herederos de romanos y griegos, soportaron heroicamente.



Sin embargo, el cañón gigantesco abrió una brecha por donde pasaron los invasores rebasando a quienes la reparaban. Los jenízaros turcos treparon las murallas con escaleras, aunque no consiguieron entrar de pleno en la ciudad. Los ojos de los bizantinos estaban en el valle del Lico, por lo cual descuidaron la muralla del noroeste dejando la puerta semiabierta. Esto hizo que los jenízaros penetraran e invadieran entre la muralla externa e interna.


La retirada del general genovés Giustiniani, pues fue herido, hizo que el resto de sus hombres también se retiraran, hecho que fue aprovechado por los jenízaros. Los griegos a su vez luchaban ya de modo caótico contra los turcos. Se dice que Constantino XI, el último emperador murió peleando en las murallas. Se le decapitó y su cabeza fue ultrajada por los turcos. Su cuerpo se conservó y fue enterrado en Constantinopla en medio de gran algarabía y nostalgia. Gisutinianni también falleció algo después.






 Esa misma tarde, Mehmed II entró en la ciudad y ordenó no tocar a Santa Sofía, la catedral, aunque la convirtió en mezquita. El saqueo de tres días fue cancelado, pues permitió a todos los civiles quedarse en casa con sus bienes. El nombre de Constantinopla cambió a Estambul, y desde entonces pasó a formar parte del Imperio Otomano. Europa se conmocionó, pero no hizo nada para rescatar la ciudad, no lo había hecho durante el asedio, mucho menos después. Según los griegos hay una profecía que dice: “Un Constantino la construyó, uno la perdió y otro la recuperará”.


















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